martes, 18 de enero de 2011

El Silencio de los Inocentes



San Francisco de Asís y el sultán Al Kamil

¿Por qué la Masonería permanece en silencio ante el ataque indiscriminado de cristianos en Oriente?

Quien es visitante habitual de Temas de Masonería sabe que el contenido de este blog es de mi exclusiva responsabilidad y no compromete a ninguna Obediencia Masónica. Vale aclarar esta cuestión dado el asunto delicado que, esta vez, quiero llevar a consideración del público lector, en particular de los masones, cualquiera sea su condición u obediencia.
La pregunta que intenta responder este artículo es simple: ¿Cómo es posible que frente al alarmante crecimiento de los ataques perpetrados contra comunidades cristianas en medio Oriente y África, la Masonería permanezca en silencio? ¿Cómo es posible que la mayoría de los masones europeos estén más preocupados por las procesiones religiosas en la vía pública o el ruido molesto de las campanas de las Iglesias que por las matanzas de inocentes en Gaza, Irak, Siria, Egipto, Sudan, Somalía etc.? ¿Cómo es posible que la Masonería liberal, siempre preocupada por la laicidad y el derecho de cada individuo a vivir en su propia fe no haya dicho una sola palabra de estos crímenes? Y lo que es aun más inexplicable, ¿Cómo es posible que tampoco se pronuncie la Masonería Cristiana?
Desde hace muchos años mantengo una especial preocupación respecto del avance del fundamentalismo islámico en Occidente. Oportunamente publiqué un ensayo que bajo el título La paradoja del Santo y del Sultán,[1] expresaba mi opinión respecto del conflicto de Oriente Medio, la cuestión Palestina y los esfuerzos llevados a cabo por la masonería en pos de la Paz. Esfuerzos que costaron la vida a dos ilustres masones de ambos campos, como es el caso del presidente egipcio Anwuar el Sadat, como consecuencia de los Acuerdos de Camp David y del premier Olof Palme, esta vez a causa de su fundamental participación en los denominados Acuerdos de Oslo.
En el mismo artículo mencionaba las posiciones radicales que los grupos fundamentalistas islámicos tienen acerca de la masonería, posiciones que han pasado a los hechos en diversas oportunidades, como el ataque contra la sede de la Gran Logia de Turquía.
Los recientes actos hostiles perpetrados contra comunidades cristianas, que se han exacerbado en estos primeros días del año 2011, hacen que mi preocupación exceda ya el marco de la penetración del fundamentalismo islámico en Occidente y agregue otra más urgente: La voluntad manifiesta de muchos grupos radicales de aniquilar dichas comunidades. En otras palabras, limpiar el Islam de cristianos. Esto parece estar sucediendo y esto dicen, taxativamente, numerosos clérigos vinculados a los grupos más violentos del ala radical del Islam. Sin embargo, se ha creado tal tabú en torno de las cuestiones islámicas, resulta tan políticamente incorrecto mencionar las trapisondas de los moros, que nadie se atreve a decir palabra por temor a una fatua o a que se lo tilden de fascista.

En lo que va del año 2011, apenas unos días, la prensa comienza a hacerse eco, tímidamente, de esta cuestión.

Algunos datos históricos:

El encuentro de San Francisco de Asís con el sultán Al Kamil

            En agosto de 1219, Francisco de Asís desembarcó en Egipto a pocos kilómetros de la desembocadura del Nilo. En la víspera, el ejército cristiano de la quinta cruzada –comandada por el cardenal Pelagio y Juan de Brienne, rey sin trono de Jerusalén- había intentado una vez más, y sin éxito, doblegar la fortaleza mameluca de Damieta, en poder del sultán Al Kamil, hijo y heredero del todopoderoso sultán de El Cairo, Al Adil.
            Se encontró con el escenario de una inmensa tragedia. El campamento cristiano –o lo que quedaba de él- mostraba las huellas de un sin número de calamidades. Primero, una brutal inundación como consecuencia de la irrupción de la estación de las lluvias; luego la peste y el hostigamiento de los mamelucos. Apenas unas horas atrás, en un nuevo y desesperado intento por vencer aquellas murallas, casi cien de los mejores guerreros de la Orden del Temple y del Hospital habían dejado su vida bajo los pendones desafiantes de Al Kamil.
            La noticia de la llegada de Francisco causó una profunda conmoción en el diezmado campamento. La moral de aquellos miles de miserables soldados, aturdidos por la guerra y la peste no podían recibir un bálsamo mejor: Uno de los hombres más santos de la cristiandad, un icono de la paz y la piedad llegaba al centro de la llaga cruel en la que se consumían musulmanes y cristianos.
            Tal era el grado de aquella calamidad, que hasta el duque Leopoldo de Austria –uno de los grandes campeones de la cruzada- hastiado de tanta muerte como no había visto en toda su vida, había decidido regresar a Europa con sus tropas, debilitando aún más al ejercito de Pelagio.
            Pero este otro hombre venido de Asís no traía consigo refuerzos ni víveres para estas tropas hambrientas. Su aspecto tampoco se diferenciaba mucho del de los sorprendidos cruzados que se apretujaban a su alrededor para escuchar al monje más famoso de la cristiandad.
            Francisco no podía comprender esta guerra que ya llevaba más de un siglo y que se devoraba lo mejor de ambas culturas. Permítaseme citar aquí una irónica y sombría reflexión del historiador: “Había venido a oriente creyendo, como otras tantas personas buenas e ingenuas habían creído, antes y después de él, que una misión humanitaria podría conducir a la paz”[2]
            El primer problema se presentó con el legado papal. El cardenal Pelagio sentía una gran preocupación acerca de cómo podría afectar a su autoridad la presencia de un hombre tan virtuoso y respetado. Pero lo que lo dejó estupefacto fue que Francisco le demandara una inmediata autorización para reunirse con Al Kamil.
            Los hombres del sultán tampoco estaban muy seguros de la conveniencia de tal petición, pero la mayoría de los historiadores coincide en que finalmente concluyeron en que un hombre tan sencillo, piadoso y extremadamente sucio –por decisión propia- debía estar completamente loco.       
            El cardenal Pelagio, a su vez, quería continuar su guerra lo antes posible, por lo que decidió despacharlo con embajada y bandera blanca a la corte de Al Kamil lo antes posible. El sultán recibió al monje y lo escuchó atentamente; estaba íntimamente convencido –al igual que su huésped- de que la paz era necesaria, convicción esta de la que daría muestras en el futuro. Pero el principal escollo para esa ansiada paz era Jerusalén.

            Al Kamil y Francisco mantuvieron extensas conversaciones. A Francisco le impresionaba que un hombre sabio y refinado como el sultán repudiase, por considerarlo una herejía, al dogma trinitario; mientras que Al Kamil, subyugado por el carisma de su iluminado visitante, lidiaba por tolerar su maloliente suciedad. Cuando las posiciones se tornaron inclaudicables, Francisco propuso al sultán someterse a una ordalía de fuego para demostrar la verdad de Jesucristo. Pero Al Kamil, encantado con su amigo cristiano, se negó a permitir semejante acto de fe, convencido del daño que esto le causaría al monje. Algunos historiadores afirman que la amabilidad del sultán fue la que el Islam impone a sus fieles para con los locos. Otros creen que, a sus ojos, Francisco era una suerte de “derviche” considerado un hombre santo en el mundo musulmán. 
            El destino y la trascendencia de estos dos hombres –paradójicamente unidos por sus anhelos de paz en medio de un mundo violento- siguió por senderos muy diferentes. Francisco regresó a Italia, predicó hasta su muerte -acaecida en 1226- y fue elevado a los altares en 1228 para ser venerado entre los grandes santos de Occidente. Solo un año después, en 1229, Al Kamil firmaba el tratado de Jaffa con Federico II, comandante de la sexta cruzada, y reconocía por diez años la soberanía de los francos sobre Jerusalén. Esta acción le valió la condena de todo el Islam por traición.
El líder egipcio Anwar el-Sadat sufrió –antes de ser asesinado mas de siete siglos después- el escarnio de ser comparado con Al Kamil, cuando selló la paz con Israel. Amin Maalouf en su obra sobre el punto de vista árabe de las cruzadas expresa: “Es cierto que las similitudes son perturbadoras. ¿Cómo dejar de pensar en el presidente Sadat al escuchar a Sibt Ibn al Jawazi denunciando, ante el pueblo de Damasco, la traición del señor de El Cairo, Al-Kamil, que tuvo la osadía de reconocer la soberanía del enemigo en la Ciudad Santa?[3]       

            De una forma u otra, la originalidad del encuentro entre el santo y el sultán nos habla de una inmensa ausencia de diálogo entre ambas culturas que se combaten la una a la otra –con diferente suerte- desde que comenzó, hace catorce siglos, la expansión del Islam. Sin embargo, Maalouf coloca en el centro de la disputa al eje del conflicto: La soberanía sobre la Ciudad Santa, el control sobre sus santuarios, particularmente el antiguo emplazamiento del Templo de Jerusalén, que es el símbolo máximo de la alegoría masónica y razón de ser de la Orden de los Caballeros Templarios.
            Paradójicamente, pesa sobre los templarios la sospecha de haber estrechado vínculos con el Islam tan intensos como sus combates.

            Huston Smith- quizá el más grande de todos los especialistas en religiones comparadas del siglo XX- ha dicho: “...De todas las religiones no occidentales, el islamismo es la más próxima a Occidente; más próxima por su ubicación geográfica, pero también por su ideología, ya que desde el punto de vista religioso pertenece a la familia abrahamista, mientras que el filosófico descansa en los griegos... Pero pese a esta proximidad mental y espacial, el islamismo es la religión que más cuesta entenderse en Occidente...”[4] Esta dificultad ha sido admitida por muchos americanos. Hace algunos años –mucho antes que los asesores del Pentágono imaginaran una bienvenida de música y flores para las tropas invasoras de Irak- Meg Greenfield escribía en Newsweek “...Ninguna otra parte del mundo es incomprendida por nosotros de forma tan desesperante, sistemática y tozuda que esa estructura religiosa, cultural, y geográfica conocida como Islam...”[5]
            La misma incomprensión invade al mundo islámico frente al fenómeno que, para ellos, ha representado siempre el Occidente cristiano. La realidad histórica pareciera confirmar la preeminencia de una relación de confrontación con el Islam por sobre una relación de comprensión e intercambio.
            La civilización que se desarrolló en Europa, y que dio nacimiento a lo que llamamos Occidente, ha tenido en la base de su fenómeno histórico al cristianismo triunfante y a una sólida, metódica y permanente vocación expansionista. La francmasonería no sólo ha acompañado ese proceso sino que ha contribuido notoriamente a su construcción. El Islam, por su parte, constituye uno de los procesos expansivos más interesantes de la historia.

Philip Hitti, en su “Historia de los árabes” escribe: “...Alrededor del nombre de los árabes brilla ese hálito que pertenece a los conquistadores del mundo. No transcurrido un siglo desde que surgieron, se hicieron amos de un imperio que se extendía desde las costas del Atlántico hasta los confines de China, un imperio más grande que el de Roma en su apogeo. En este período de expansión sin precedentes, integraron en su credo, su idioma, y hasta su tipo físico, más seres extraños a ellos que lo que hasta entonces, y desde entonces ha logrado ninguna otra raza, incluidas la helénica, la romana, la anglosajona y la rusa...”[6]
           
            Cuando Francisco de Asís y Al Kamil se reunieron en Egipto, estas dos culturas, con tiempos y desarrollos diferentes, ya manifestaban similitudes más inquietantes que sus diferencias. Ambas provenían del tronco abrahámico, en ambas existía una revelación excluyente, compartían la inclinación a la guerra y la conquista y ambas, antes y después intentarían expandir sus fronteras y su fe sobre la otra. Y si analizamos la relación de confrontación entre Occidente y el Islam, veremos que el mundo islámico no ha sido sólo el más próximo a Occidente sino su frontera misma, y que esta ha sido hostil durante toda su existencia.

La guerra de los 1400 años.
            El Islam constituyó un frente militar para el cristianismo desde su mismo nacimiento. La ciudad de Jerusalén permanecía en poder de los romanos desde los tiempos de Adriano que la había ocupado en el año 135 rebautizándola Aelia Capitolia, erigiendo sobre las ruinas del antiguo Templo dos estatuas: la de Júpiter y la suya propia. En el año 324 el emperador Constantino, con el entusiasta apoyo de su madre, le devolvió a la ciudad su nombre y mando construir la Basílica del Santo Sepulcro y la iglesia de Eleona en el Monte de los Olivos. A partir de entonces la ciudad se convirtió en centro de peregrinación del cristianismo y desarrolló un perfil fuertemente cristiano. La ocupación Bizantina continuó los siguientes tres siglos, lapso en el cual se construyeron numerosas iglesias. Sólo entre el 614 y el 629 la ciudad pasó a control de los persas que la ocuparon con un ejército comandado por el general Razmis.

            El emperador Heraclio la recuperó para Bizancio, pero en el 638 se produciría un hecho que modificaría radicalmente la historia de Medio Oriente. Omar ben al Jattab, segundo califa después de Mahoma, conquistó para el Islam la Ciudad Santa luego de la batalla de Karmuk inaugurando una era que –justo es decirlo- contempló cierta tolerancia hacia cristianos y judíos que pudieron mantener algunos templos. Pero poco después, en el 661, la dinastía de los Omeyas, con capital en Damasco, anexó Palestina a sus territorios y nombró como gobernador al califa Muawiya. En los años siguientes se produjo un hecho que escandalizó a los cristianos y sentó las bases de un conflicto sangriento: En 668, el sucesor de Mawiya, el califa Abd el Melik inició la construcción de la Mezquita de la Cúpula de la Roca; años más tarde, y sobre el mismo predio del antiguo Templo de Salomón, su hijo Walid construyó la Mezquita de Al Aksa.

Mientras esto sucedía en Medio Oriente, otro frente árabe se abría contra el Occidente cristiano. El conflicto se inició en 711, cuando el gobernador árabe del norte de Africa, Musa ben Nusayr, envió a su lugarteniente, el general berebere Tarik ben Ziyad, a la península ibérica a conquistar Al Andaluz. Luego de conquistar España cruzaron los Pirineos dispuestos a expandir sus fronteras en Europa Occidental. Al mando de Abd al-Rahman ben Abd Allah al Gafidi invadieron Aquitania en 730. Allí, en las llanuras de Poitiers, en una dramática batalla, Carlos Martel detuvo la invasión. La reconquista del occidente europeo demandaría casi ochocientos años.
 Hacia fines del siglo XI, los herederos del imperio fundado por Carlos Martel, convertidos en cruzados, se lanzaron contra la frontera oriental. Invadieron el Asia Menor –en manos de los turcos islamizados- sometieron Antioquía, asolaron los estados árabes del cordón sirio-palestino y pusieron asedio sobre Jerusalén.
 El 14 de julio de 1099, bajo los estandartes cristianos del duque Godofredo de Bouillón y el conde Raimundo de Tolosa, Jerusalén cayó en manos de los francos. “...Cuando ya no quedaban musulmanes que matar –dice Runciman- los príncipes de la cruzada fueron en solemne fausto por el barrio desolado para dar gracias a Dios en la Iglesia del Santo Sepulcro…”

Los ejércitos musulmanes tardarían doscientos años de guerra constante en recuperar su antigua frontera. Los últimos cruzados abandonaron la fortaleza templaria de Castel Pellegrin el 14 de agosto de 1291. Ese día, el historiador árabe Abu l’Fida escribía “...Con estas conquistas, todos los territorios de la costa fueron devueltos a los musulmanes... Así fueron los francos expulsados de toda Siria y de las zonas costeras. ¡Quiera Alá que nunca vuelvan a poner un pie allí!...”

Pero la frontera oriental no se pacificaría. Una nueva y sangrienta expansión islámica llegaría con los ejércitos de los sultanes otomanos. Constantinopla sería arrasada. Solimán el Magnífico haría temblar el oriente europeo y llegaría a sitiar la ciudad de Viena en 1529. El poderío de los sultanes turcos les valdría, hasta 1924, el título de califas del mundo musulmán sunni y “jefes de los creyentes”.
La reconquista y liberación de Hungría, Macedonia, Bulgaria, Grecia y Albania demandó un esfuerzo de siglos. Ni hablar de la de España.
En aquel lejano agosto de 1219, Al Kamil le confesó a Francisco de Asís que estaba dispuesto a firmar la paz con los francos, y hasta ceder algunos puertos y bases en la costa Palestina. Pero no podía resignar Jerusalén. Hacia fines del siglo XIX, cuando el movimiento sionista ya había puesto su proa a Oriente Medio, el alcalde árabe de Jerusalén, Yousef Diyyandín Bacha Al Khalidi le envió una carta al Gran Rabino de Francia en la que exhortaba “...En nombre de Dios, dejen a Palestina en paz...”
En 1917 el general británico Edmund Allemby entró en Jerusalén al frente de una división del ejercito inglés luego de vencer a las tropas turco-otomanas. Desde 1224 ningún ejército cristiano había pisado Al Quds, la Santa, el nombre que los árabes le dan a Jerusalén, la ciudad desde donde el profeta ascendió al cielo. Este acontecimiento fue celebrado en Londres, según relata John Robinson, con una ceremonia de los “barristers”, nombre con el que se conoce a los abogados que transitan la zona de “Temple Bar” cuya sede es la antigua iglesia del Temple, situada entre Fleet Street y el río Támesis.

Robinson afirma que los “barristers marcharon en procesión a la iglesia circular de los templarios y colocaron la corona de laurel de la victoria sobre las efigies de los caballeros, para transmitirle un mensaje sin palabras: No estáis olvidados…”[7] Antes de que transcurriera un año, los antiguos principados latinos de la Gran Siria estaban nuevamente ocupados por ejércitos cristianos.

Pocos años después, Occidente redoblaría la apuesta apoyando la fundación, en Palestina, de un estado judío, e Israel se anexaría lo que quedaba de los territorios árabes palestinos, incluida su capital, Jerusalén. Desde entonces es común encontrar en sectores radicales del Islam definiciones lapidarias hacia la francmasonería:

…Asociada a la universalidad de todas las religiones – dice Umar Ibrahim- de la comunidad Islámica de México- se encuentra la idea de la hermandad de la humanidad.  La hermandad de la humanidad es la antítesis de la hermandad en el Islam.  El capitalismo necesita de una identidad distinta a la de la identidad religiosa.  La masonería tiene una hermandad en la que la denominación religiosa no importa.  Son todos hermanos masones más allá de las diferentes religiones.  La hermandad de la humanidad es la universalidad de la hermandad masónica. La hermandad en el Islam excluye a los kuffar (no musulmanes).  Los kuffar no son ni nuestros hermanos ni nuestros amigos…” y agrega, como para que no queden dudas “…Miren lo que Allah, Exaltado sea, dice en el Qur'an: ¡Vosotros que creéis! No toméis a los judíos y a los cristianos como vuestros amigos; Ellos son amigos entre sí. Quien de vosotros los tome como amigos es uno de ellos. En verdad Allah no guía a la gente injusta...” [8](Qur'an 5,53).
La masonería no se ha desentendido de la cuestión de Medio Oriente. El fallecido rey Hussein de Jordania, ocupando el cargo de Gran Maestre de la Gran Logia de su reino, tuvo una importante participación en el proceso que culminó con los acuerdos de Camp David. Gran parte del éxito se debió a que, tanto el presidente egipcio Anwuar Sadat como el primer ministro israelí Menahem Beguin eran también masones. Los que conocen los pormenores de aquella negociación mencionan la existencia de una “tenida masónica” convocada en Jordania por el rey Hussein, en la que participaron los líderes Sadat y Beguin y en la que se decidió el “sorpresivo viaje” que luego Sadat haría a Israel y que le valdría –tal como hemos dicho- la acusación de traidor de la causa árabe, acusación que, por otra parte, le costara la vida.
El rey Hussein continuó comprometido con la paz hasta su muerte. Fueron otros dos masones ya fallecidos, Olof Palme y Yitzak Rabín, los que hicieron posibles los llamados Acuerdos de Oslo, y no todos comprendieron el verdadero alcance de las palabras pronunciadas por el ya viejo y enfermo rey cuando en el entierro de Rabín –también asesinado por la intolerancia- dijo que “estaba despidiendo a un hermano”.[9]
El Islam siempre ha considerado a la francmasonería como a un temible enemigo. Pero no debiera sorprendernos el odio de los sectores radicalizados del Islam hacia la francmasonería, pues esta, en sus principios, representa la quintaesencia de la civilización europea. Desde Europa se proyectó al continente americano apoyando y dando cobertura al proceso revolucionario que construyó las bases de los sistemas políticos y sociales que actualmente gobiernan en América.  

Por su parte, el Imperio Británico facilitó la penetración de la francmasonería en los vastos territorios de Oriente Medio, la India y hasta el Extremo Oriente. Podría considerarse a la francmasonería como la herramienta más efectiva en la expansión del universalismo secular cristiano. El problema radica en que el proceso de secularización que ha transitado el Occidente cristiano no tiene un correlato en el mundo islámico y que, al igual que Occidente,  el Islam concibe su propia idea de “universalidad”. Pero ni la universalidad cristiana ni la del Islam son “universalizables”.

En medio de la crisis de la guerra de Irak, una poderosa bomba voló una sede de la masonería en Turquía, que es uno de los pocos países con mayorías musulmanas en los que la francmasonería ha podido penetrar. El atentado se produjo en el distrito turco de Kartal, cerca de Estambul, apenas unas horas antes de la masacre perpetrada en Madrid el 11 de marzo de 2004. Al día siguiente el diario londinense Al-Quds Al-Arabi publicó un comunicado en donde las brigadas de Abu Hafs Al-Masri, ligadas a Al-Qaeda, reivindicaban su responsabilidad en el atentado de Madrid y también en el de Estambul. Reconocían que este último iba dirigido contra la masonería y se lamentaban de no haber asesinado a todos los masones allí reunidos debido a un fallo técnico. Las autoridades turcas atribuyeron el ataque al odio islámico hacia todo lo judío y por la filiación de los ritos masónicos a los ritos judaicos y a Israel.[10]

La brigadas de Abu Hafs al Masri –que llevan ese nombre por un egipcio, lugarteniente de Osama Bin Laden, que murió en Afganistán en noviembre de 2001, en los primeros días de la guerra contra ese país, donde supuestamente se escondía la plana mayor de Al Qaeda- son las mismas que se atribuyeron los atentados de Londres del 8 de julio de 2005[11].
Desde entonces hasta hoy las cosas han cambiado. El proceso de paz en Medio Oriente se encuentra detenido mientras que desde Alejandría hasta Islamabad la agresión a los cristianos no se detiene. Y la Masonería, siempre dispuesta a combatir el fanatismo, permanece en silencio. Que el Gran Arquitecto nos ilumine a todos


[1] Callaey, Eduardo, “El otro Imperio Cristiano” (Madrid, Nowtilis, 2005) Cap. 2 p.15 a 28.
[2] Runciman, Steven; “Historia de las Cruzadas”, (Madrid, Revista de Occidente, 1957) Vol. II p.156
[3] Maalouf, Amin; Les croisades vues par les Arabes”
[4] Smith, Huston; “Las Religiones del mundo”  (España, Thassàlia, 1995) p. 231 y ss.
[5] Greenfield, Meg; “Newsweek” (26 de marzo de 1979) p. 116
[6] Hitti, Philip; “History of the Arabs”, (New York, St. Martin’s Press, 1970) p. 3
[7] John Robinson; “Mazmorra, hoguera y espada” (Editorial Planeta S.A., Barcelona, 1994) , p. 505.
[8] Umar Ibrahim Vadillo; http://www.islammexico.org.mx/Textos
[9] Callaey, Eduardo R.; “Figuras contemporáneas de la Masonería” en Revista Todo es Historia, Nº 405, Buenos Aires, Abril 2001
[10] El lector interesado puede ver tales informaciones del 10 de marzo en el periódico turco Hurriyet, y en el Chicago Tribune (sección 1, pg. 3), en el USA Today (pg. 10A)
[11] http://www.clarin.com/diario/2005/07/09/um/m-1010940.htm

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