lunes, 15 de diciembre de 2014

Masones, Caballeros e Illuminati... El Gran Complot



Tal vez resulte una afirmación temeraria, pero lejos de lo que se pudiera creer, la caballería está vigente en el siglo XXI. Toda decadencia tiene un límite, y la especie humana ha desarrollado conceptos de los cuales se puede prescindir temporalmente, pero que se resisten a abandonar el sitio ganado. El hombre no está condenado a la decadencia; por el contrario, está llamado a glorificar a Dios con sus obras. Podrá olvidar su misión temporalmente, podrá parecer que todo se hunde, pero la parábola judía que afirma que el mundo se sostiene en el hombro de los justos es cierta.

Cada cultura ha tenido su apogeo, eso también es cierto. La cultura Occidental tuvo el suyo en tiempos de la Orden de la Caballería, en aquellos días en los que para ser un hombre no bastaba calzar pantalones sino que se debìan practicar unas virtudes que dieran muestra de la clase de luz que cada quien llevaba en el alma. La guerra justa se libraba junto con la epopeya interior, el dominio del Leviatán que acecha en cada uno de nosotros.

Un caballero era capaz de amar a una dama por toda la eternidad. Un cristiano pobre era sagrado, y una viuda intocable. La cristiandad crecía en brutalidad, pero al mismo tiempo lo hacía en su capacidad de moldear al mundo transformando el corazón de los hombres. Fue en la misma época que surgió el fenómeno de las catedrales; caballeros y masones formaban parte de la misma especie cultural.

Luego de los tiempos azarosos de las revoluciones, del advenimiento de las repúblicas, del linchamiento de los santos y de la banalización de lo sagrado, parecía que el mundo estaría condenado a renegar de la virtud, de la fe y del honor. Pero esta resultó ser una gran mentira.

En tiempos de relativismo no es sencillo comprender a una masonería ligada al fruto de la caballería. Por eso creí necesario contar la historia de los jacobitas, los testarudos escoceses, irlandeses e ingleses católicos que no se resignaban a abandonar a sus reyes Estuardo. Su epopeya tiene que ver con los cíclicos retornos de la caballería. Tiene que ver con una masonería previa a las pátinas de modernidad con las que fue cubierta. La historia del exilio jacobita nos acerca al espíritu de una institución que parece olvidada; pero que sólo lo parece. Va entonces la “Introducción” de “Masones, Caballeros e Illuminati”. Espero que les guste.


En el gran patio del castillo de los Caballeros Hospitalarios
de San Juan de Acre


Aunque todavía se discuta sobre si los orígenes de la masonería deben buscarse en el monasticismo o en las corporaciones de oficio de la Edad Media, existe cierto consenso en que su tradición tiene que ver con los traba­jadores de la piedra, en particular con los constructores de catedrales. Si esto es así, ¿Por qué existen tantos elementos provenientes de las órdenes de la caballería en una orga­nización que reclama su origen en los canteros y picape­dreros medievales? ¿De dónde proviene esta influencia? La respuesta está en la primitiva masonería de Escocia.

En efecto, cierto número de Ritos Masónicos vi­gentes reconoce la existencia de instancias superiores a las que se denomina genéricamente con el nombre de Altos Grados, Grados Filosóficos o Grados Colaterales. Una pro­porción importante de ellos guarda la marca de una tradi­ción propia de los masones escoceses, que fue trasvasada a Francia –y luego a Alemania– en medio de la situación de desastre político y militar que se vivía en las Islas Británi­cas a fines del siglo XVII.

La mayoría de los masones que actualmente prac­tican estos ritos escoceses no conoce los detalles de este patrón común en sus raíces. En el mejor de los casos la influencia escocesa es tomada en un sentido alegórico; en otros se la ignora. Sin embargo, las trazas dejadas por la caballería masónica escocesa pueden explicarnos mucho acerca de las contradicciones y los conflictos que, aún hoy, dividen a la Orden Masónica.

Para comprender el problema es necesario abor­darlo sin prejuicios, con el espíritu abierto a las investiga­ciones más recientes, y estar dispuesto a romper mitos.

El primero de ellos es el que ha pretendido fijar el nacimiento de la francmasonería en una taberna de Lon­dres en 1717. Esto no es cierto. Al menos no lo es en la for­ma en la que habitualmente se explica. La masonería espe­culativa no nació en aquella taberna londinense, sino que ya existía en Escocia, Irlanda e Inglaterra décadas antes de la fecha que se pretende fijar. Deberíamos preguntarnos: ¿Por qué razón se sigue sosteniendo este mito?

El dilema que se plantea aquí es que no hay una razón, sino varias. La primera de ellas tiene que ver con la lucha por la hegemonía del relato. Los masones ingleses siempre evitaron debatir sobre el papel de las logias en las luchas dinásticas que enfrentaron a las Casas de Hannover (protestante) y Estuardo (católica) en su puja por el poder político y religioso. De hecho, es una costumbre de la ma­sonería británica no discutir en sus talleres, ni de política, ni de religión. Esta actitud, ampliamente difundida en toda la francmasonería moderna, ha permitido crear un ámbito de amistad y concordia en el seno de las logias.

Estas luchas entre el partido católico y el protestan­te, pronto dejaron de ser un problema propio de las Islas Británicas para trasladarse al continente, en donde las lo­gias se verían seriamente involucradas. La masonería nació en medio de la conflagración de dos facciones en guerra.

Para esa época, a pocos masones les importaba que sus ancestros hubiesen sido constructores de iglesias y cas­tillos. La presencia de masones operativos, es decir, alba­ñiles y maestros de obra, era –como veremos– casi nula. Y si bien se habían mantenido los símbolos propios de la arquitectura, otros provenientes de la heráldica y del ima­ginario caballeresco, más acorde a la nobleza –sin olvidar la multiplicidad de esoterismos– ya estaban introducidos en las logias.

Los escoceses ganaron la partida en Francia y Ale­mania, imponiendo en el continente una versión diferen­te a la del relato inglés. Los ritos de ascendencia escocesa se expandirían luego por todo el mundo, en permanente competencia con los ingleses que, pese a todo, lograron imponer ciertos criterios de regularidad, es decir, reservar­se el derecho de reconocer o no a quienes trabajan según los Antiguos Linderos.[1] Las Constituciones de Anderson, si bien reflejaban la tendencia protestante de los Hannover, lograron establecer un marco que sería, en el futuro, punto de encuentro entre enemigos irreconciliables y una herra­mienta insuperable para el ejercicio de la Tolerancia.

Pero hay una segunda razón: Comenzaba el Siglo de las Luces y los hombres de la Ilustración traían nuevas ideas que ponían en jaque a las instituciones (la monarquía absoluta y la Iglesia). La tensión crecía entre la aristocra­cia conservadora y la incipiente aparición del libre pensa­miento. Al mismo tiempo se creaban sectas que, alentadas por las luchas religiosas, se apresuraban a asestar un golpe mortal a la Iglesia que veía amenazada su preeminencia.

Los hombres de la Ilustración querían transformar la sociedad, volviéndola más justa; las sectas, por el contra­rio, buscaban una revolución sangrienta.

La Revolución Francesa aniquiló la masonería cris­tiana escocesa del siglo XVIII e impuso una nueva en la que tuvo gran influencia la secta de Adam Weishaupt, “Los Iluminados de Babiera”, más conocida con el nombre de Illuminati.

La masonería francesa post revolucionaria tenía sus propias razones para hacer todos los esfuerzos posibles por aniquilar cualquier resabio de una masonería caballe­resca de ascendencia escocesa. Diremos que fue implaca­ble y que asesinó, sistemáticamente, a miles de masones.[2]

Hay una tercera razón: A los masones liberales, que rechazan todo vínculo de la masonería con las institucio­nes del Antiguo Régimen, no les resulta cómoda la pre­sencia de Ordenes de Caballería en el escenario masónico, pues como tales, todas tenían su modelo en la tradición católico-romana.[3]

La narración que contiene este libro bien podría ser una novela de intrigas y complots con final trágico, sin embargo no lo es; pues se trata de hechos rigurosamente ciertos. Describe la trama de acciones políticas y militares que ubican a la francmasonería en el centro mismo de las conspiraciones que asolaban a Europa en el siglo XVIII. Refleja esa época y tiene la manifiesta intención de dar por tierra con la imagen estereotipada del masón que, de pron­to, deja de construir catedrales y se convierte en un intelectual especulativo. Hubo en el medio un proceso de trans­formación que acompañó a los grandes cambios que sufría la sociedad. La masonería moderna debió moldearse en medio de graves apremios, y si aún conserva su prestigio es porque nunca abandonó su sitio preponderante entre los actores que construyen la historia. ­

Tal vez por eso la masonería sigue generando ex­pectativas, y su historia –en gran parte aún desconocida– siempre nos sorprende.

Sabiendo que actualmente subsisten casi las mis­mas diferencias que enfrentaron a los primeros masones de la era moderna, es inevitable que este libro sea contro­vertido, sólo por el hecho de sostener que esa masone­ría caballeresca, que muchos rechazan, todavía está viva y constituye la culminación de la Vía Iniciática que sigue siendo el mayor tesoro de la francmasonería. Todo lo de­más bien podría reemplazarse por un partido político o por un club filantrópico.

Conviene advertir al lector desprevenido que, al igual que en mis publicaciones anteriores, no encontrará en este libro un manual de simbología ni una lista de ma­sones famosos. Apenas una descripción general de la ma­sonería y su historia pretérita en el primer capítulo. Este libro trata de la otra masonería, la que construyó las gran­des conspiraciones de los últimos tres siglos porque, esen­cialmente, es la herramienta más grande jamás concebida para el arte de la construcción política. Sin embargo, su lectura puede ser abordada tanto por masones como por lectores interesados en la masonería y su relación con el poder y la política.






[1] Se denomina Antiguos Linderos (Old Charges) al conjunto de ordenanzas y Consti­tuciones de los antiguos canteros de la Edad Media.
[2] Ver “El Mito de la Revolución Masónica”. 2º Parte; La masonería quebrada.
[3] Al respecto remitimos al trabajo de Ferran Juste Delgado sobre Ordenes de Caballería de Tradición católico-romana, (Barcelona, 2001).
http://eduardocallaey.blogspot.com.ar/2012/03/ordenes-de-caballeria-de-tradicion.html19

miércoles, 11 de junio de 2014

“La Francmasonería – Memoria inédita al Duque de Brunswick” de Josep de Maistre

Una de las obras fundamentales de la francmasonería del siglo XVIII acaba de ser editada por Ediciones del Arte Real (masonica.es). Nos referimos al libro de Josep de Maistre titulado “La Francmasonería – Memoria inédita al Duque de Brunswick” cuya introducción debemos a Émile Dermenghem y la traducción a Ramón Martí Blanco.



Iniciaremos este breve comentario dando la palabra al propio Dermenghem:

“Es en el curso de un trabajo de investigación de la influencia del esoterismo sobre el pensamiento maistriniano que he obtenido la autorización para copiar los textos inéditos de los archivos familiares del escritor. La pieza principal del expediente «Illuminés» es la Memoria al duque de Brunswick-Lunebourg, Gran Maestro de la Francmasonería escocesa de la Estricta Observancia, en ocasión del Convento de Wilhemsbad (1782). Se trata de un verdadero tratado que sobrepasa en mucho, tanto en lo que se refiere a su longitud como en profundidad, al ámbito de una simple respuesta a la encuesta que lo había provocado. El estilo mismo de esta obra es digno de las mejores páginas del autor; menos oratorio que el de algunas obras de juventud publicadas (trozos de elocuencia impersonal destinados al Senado de Saboya o compuestos con motivo de unas exequias de la realeza), se eleva en ocasiones hasta lo patético y lo bello.


Sobre Joseph de Maistre

            Se trata, sin dudas, de uno de los personajes más singulares de la masonería del siglo XVIII, protagonista de la convulsionada etapa que comenzó con la transformación de la Estricta Observancia y culminó con la transformación de la antigua masonería y el advenimiento de un nuevo siglo en el que gran parte de los masones europeoa abrazaría la revolución.

            Joseph de Maistre es un caso paradigmático en la compleja trama que subyace tras el fenómeno masónico en el final del siglo XVIII. Constituye un problema para los católicos antimasones, pues si hay algo que está fuera de toda sospecha es justamente el compromiso de Maistre con la Iglesia Romana. Del mismo modo es un problema para los masones racionalistas, para quienes Maistre es una espina difícil de digerir, a la vez que el testimonio más elocuente de la religiosidad que inspiraba a vastos sectores de la francmasonería antes de que fuera agitada por los procesos revolucionarios del siglo XIX.

            De modo que Joseph de Maistre sufre una suerte de doble excomunión pues, como bien señala Maurice Colinon, henos aquí, “ante nosotros un hombre que, aristócrata, se ve acusado de haber derribado al orden privilegiado; emigrado, de haber contribuido a preparar la revolución; católico, de haber conspirado contra el altar; monárquico, de haber urdido un complot contra los reyes; y todo esto porque era indiscutiblemente, irrefutablemente, francmasón[1]

            Nacido en 1753, ingresó en la francmasonería hacia 1773, con tan sólo veinte años, en la logia Los Tres Morteros de Chambery. Antes de ello había tenido una educación católica a manos de los jesuitas de la congregación de la Asunción. A los quince años pasó a la cofradía de los Penitentes Negros. Tuvo activa participación en los grupos de exiliados saboyanos de Ginebra y Lausane y hasta predicó el catolicismo en Rusia.

            Su logia madre Los Tres Morteros no dejaba de ser una más de aquellas logias de mesa que abundaban en Francia, en la que Joseph de Maistre no podía sentir otra cosa que desazón y aburrimiento. Hombre muy culto, conocedor de las doctrinas de Saint Martín, no tardó en ser cooptado por la masonería escocesa en donde encontraría su ruta masónica. Junto con otros quince hermanos, se unió a la logia La Sinceridad, que por entonces –año 1778- estaba bajo la jurisdicción de Jean-Baptiste Willermoz, empeñado en la reforma la Estricta Observancia, que derivaría en el Convento de Wilhelmsbad.

            De Maistre pasó rápidamente a conformar el más selecto núcleo que rodeaba a Willermoz y se cree que alcanzó el grado de Gran Profeso, el último grado del Régimen Escocés Rectificado. Es por ello que su testimonio resulta de capital importancia para comprender la visión de la masonería tradicional frente a la irrupción de los elementos revolucionarios en Francia y, particularmente, de las ideas y objetivos de los Iluminados de Baviera.

De la bibliografía existente sobre Joseph de Maistre, la que aporta la información más fidedigna es la obra de Emile Dermenghem -que estamos comentando- de la que nos interesa rescatar la cuestión referente a los bávaros.

            Narra nuestro autor que cuando se publicaron las primeras acusaciones en torno al complot revolucionario de la francmasonería, Joseph de Maistre apenas se conmovió por estos duros ataques. Entendía perfectamente que había un objetivo en la masonería que él integraba, un objetivo que distaba mucho del perseguido por Weishaupt. Era consciente, al igual que muchos referentes de la Orden que uno de los objetivos debía ser la unificación de las Iglesias Cristianas, fragmentadas luego de la Reforma y producto de cruentas guerras religiosas.

            Pero cuando apareció la obra de Barruel (furibundo antimasón), Joseph de Maistre se sintió abrumado y en la necesidad de refutar sus acusaciones. Le enrostra ligereza y se encoleriza por la ignorancia de Lefranc frente al fenómeno del iluminismo. Sin embargo admite que algunos masones pudieron haber participado de la Revolución y que algunas logias pudieron haber tenido actitudes dudosas o abiertamente hostiles al rey como ocurre con el duque de Chartres, gran maestro del Gran Oriente de Francia, de quien nos hemos hablado in extenso en otras ocasiones. Hacia 1797, Joseph de Maistre estaba convencido de que las ideas revolucionarias se habían infiltrando poco a poco en las logias dependientes del Gran Oriente y que algunos dirigentes, llegado el momento de la Revolución, se habían servido de ellas.

Sin embargo, para Maistre el espíritu revolucionario y antirreligioso no había sido engendrado por el iluminismo. Antes al contrario, la corrupción del verdadero iluminismo era la consecuencia de la propaganda revolucionaria en las logias. Decididamente, consideraba que todo el mundo caía en una grave confusión en torno al iluminismo, al cual dividía en tres categorías entre las cuales, a su juicio, no había ninguna relación:

En primer lugar los francmasones corrientes, que resultaban absolutamente inofensivos. En segundo lugar los martinistas franceses y los pietistas silesios que no eran otra cosa que cristianos exaltados. En tercer lugar los Iluminados de Baviera liderados por Weishaupt. Maistre utilizaba el término “iluminista” con cierto aire peyorativo. Y si bien no le otorgaba a los bávaros la paternidad del complot revolucionario “creía que algunos grupos ocultos habrían podido imponerse como objetivo derrocar el trono y la Iglesia” y que “ciertos crímenes contemporáneos le parecía que no hubieran podido llevarse a cabo sin el apoyo secreto de alguna asociación...

En la medida que pasaron los años, Joseph de Maistre terminó dándole la razón a Barruel y cargando contra Weinshaupt y los illuminati. Hacia 1811 escribía “...No hay la menor duda; su jefe es conocido; sus crímenes, sus proyectos, sus cómplices y sus primeros éxitos lo son también... Ellos han formado el horrible complot para extinguir en Europa el cristianismo y la soberanía...

            Joseph de Maistre sabía que “la masonería pura y simple” no tenía nada de malo en sí misma y que no sabría cómo alarmar ni a la religión ni al Estado. Esa masonería nada tenía que ver con lo que él definía como la secta de los iluministas... una y a la vez muchas, “más bien un estado del espíritu que una secta circunscripta... el resultado de todo lo malo que se haya podido pensar en tres siglos... un monstruo compuesto de todos los monstruos, y si nosotros no lo matamos, nos matará”.
           
            En definitiva, estamos en presencia de un libro de carácter extraordinario respecto de su contenido como fuente histórica en el sentido más estricto, narrada por uno de los protagonistas de una etapa convulsa y difícil de la historia masónica. Puede adquirirse en Argentina a través de OliveCall Group








[1] Colinón, ob. cit p. 97.

lunes, 12 de mayo de 2014

La enigmática Orden fundada en el Cenáculo del Monte Sión

Con la llegada del papa Francisco a Tierra Santa se reaviva el conflicto en torno al Cenáculo del Monte Sión, lugar en el que Godofredo de Bouillón, lider de la primera cruzada, fundara la Orden de Sión que ha dado lugar al mito del famoso "Priorato de Sión". Cuando la ficción de Dan Brown se mezcla con la realidad...

Según un cable de la Agencia EFE, publicado con fecha 9 de mayo, grupos radicales judíos han llamado a la "guerra santa" por el presunto acuerdo entre Israel y el Vaticano sobre el futuro del Cenáculo del Monte Sión, que consideran una "catástrofe nacional", y han convocado una protesta mañana en el bíblico Monte Sión de Jerusalén. 

El texto del cable agrega que según el diario Haaretz, la manifestación, convocada a través de la emisora de los colonos Arutz 7 y de las redes sociales del movimiento colonizador, se celebrará junto al edificio en el que la tradición judía sitúa la Tumba del bíblico Rey David y la cristiana, el Cenáculo, el lugar donde Jesús celebró la Ultima Cena.

Esta reacción de los grupos integristas judíos es consecuencia del viaje que hará el papa Francisco a Tierra Santa entre el 24 y el 26 de este mes, y vuelve a poner sobre el tapete un tema del que poco se sabe pero que tiene que ver con uno de los grandes misterios que rodean a la Orden de Sión fundada en ese sitio por Godofredo de Bouillón en tiempos de la primera Cruzada.

La misma información de la Agencia EFE corrobora que la Santa Sede pide la entrega del Cenáculo desde hace décadas y que el problema forma parte de la agenda bilateral entre los dos estados desde que establecieron relaciones en 1993. El papa Francisco (agrega EFE) abordará el asunto con las autoridades israelíes en su próxima visita, que los nacionalistas judíos ven con temor por las implicaciones que podría tener.

Veamos de qué se trata todo esto y centremos ahora nuestra atención en el Cenáculo del Monte Sión, lugar donde se afirma que fue creada por los monjes italianos la Orden homónima. 

Actualmente, el edificio identificado como Coenaculum o Cenáculo –el lugar donde tuvo lugar la última cena- se encuentra bajo jurisdicción del Estado Israelí. Es una estructura de dos pisos dentro de un gran complejo de edificios en la cima del Monte Sión. El piso superior recuerda el lugar donde el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en Pentecostés, mientras que el inferior contiene un cenotafio que, desde el siglo XII, es considerado como la tumba de David. Bajo este complejo se encuentran cimientos cruzados, bizantinos y, más abajo, romanos. Se cree que el ábside ubicado detrás del cenotafio, que está en alinea con el Monte del Templo, pudo haber sido la sinagoga mencionada por el Peregrino de Burdeos en el año 333, uno de los más antiguos relatos sobre los santos lugares.



En la tradición cristiana este lugar tiene una máxima significación, pues allí se han originado dos de los sacramentos: la Eucaristía y el Orden Sacerdotal. Por otra parte, fue allí donde Jesús se apareció a los Apóstoles el domingo de la resurrección; es el lugar donde se reunieron los apóstoles con María y donde descendió el Espíritu Santo. En ese mismo sitio fue elegido Matías para suceder a Judas. El lugar tiene también una sugerente connotación política, pues fue la residencia de la denominada Primitiva Iglesia Apostólica. En efecto, allí fue consagrado Santiago el Menor como obispo de Jerusalén y elegidos San Esteban y los seis diáconos; de allí salieron también los apóstoles al separarse para ir a predicar el Evangelio por toda la Tierra.

Sobre el lugar de su emplazamiento la tradición ha sido unánime y no ha variado, tal como ocurre con el del Santo Sepulcro. Siempre se ha creído que el Cenáculo estuvo emplazado en el Monte Sión, a cien metros de la puerta que lleva el mismo nombre.

Refiere el obispo Epifanio, en el siglo IV, que el emperador Adriano visitó Jerusalén en el 131 y la encontró "completamente arrasada excepto algunas habitaciones y la iglesia de Dios, que era pequeña, donde los discípulos, volviendo del lugar de la ascensión de Jesús al cielo, subieron al piso superior".

De acuerdo a las investigaciones históricas, en la segunda mitad del siglo IV los cristianos bizantinos transformaron la pequeña iglesia original en una gran basílica que llamaron "Santa Sión" y "Madre de todas las iglesias", por su origen apostólico. Esta basílica fue destruida por los persas el año 614. Del Cenáculo sólo quedaban ruinas cuando los cruzados llegaron a Jerusalén.


Por orden de Godofredo –y esto debió suceder inmediatamente después de la caída de Jerusalén- sobre sus cimientos fueron construidos un monasterio cruzado y la iglesia de Santa María del Monte Sión y del Espíritu Santo. Afirma Victor Gebhardt -“La Tierra Santa” (Espasa y Cía Editores, Barcelona)- que una comunidad monástica fue establecida allí y que llegó a poseer importantes rentas con la obligación de mantener ciento cincuenta caballeros para la defensa del Santo Sepulcro.

Cabe señalar que comparativamente, la manutención y la logística para el mantenimiento de un caballero en el siglo XI, equivalía a un tanque de guerra actual. Esto nos puede dar un indicio de la importancia de esta fuerza militar y del respaldo económico que poseía y administraba esta comunidad monástica.

Existen varios documentos que corroboran la existencia y poder de esta comunidad monástico-militar en el Monte Sión. Hacia 1106 visitó el Cenáculo un peregrino ruso llamado Daniel el Higumeo. En su diario de viaje describe los antiguos mosaicos bizantinos que aun perduraban entonces y que describían imágenes de la Ultima Cena, el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y otros temas vinculados con la tradición allí reunida.[1].


También ordenó Godofredo la reconstrucción de la basílica de la Ascensión en el Monte de los Olivos. En el monasterio inmediato a la iglesia se constituyó una comunidad de monjes de la Orden de San Agustín que había reemplazado a los benedictinos que estableciera allí Carlomagno. Del mismo modo, organizó y dotó una comunidad de monjes negros cluniacenses junto a las ruinas de la iglesia de la Asunción de la Virgen, situada al pie del Monte de los Olivos, en el valle de Josaphat, con la orden de proceder a su reconstrucción.

Al Santo Sepulcro le dedicó especial interés: Hizo reunir bajo un mismo complejo edilicio las antiguas iglesias construidas por el monje Modesto, devolviéndole la antigua grandiosidad.

En cuanto al complejo monástico del Monte Sión, hacia el año 1219 el sultán Al Hakem ordenó su demolición, (probablemente como parte del programa de destrucción de las murallas y contrafuertes que rodeaban la ciudad) permaneciendo en pie solamente la capilla del Cenáculo con el cenotafio y tumba de David debajo. En el 1335 los Franciscanos recibieron en custodia y como propiedad, el santuario, erigiendo en el lado sur un pequeño convento cuyo claustro se puede visitar todavía. Junto al Cenáculo tuvo origen la Custodia de Tierra Santa, oficialmente instituida a favor de la Orden Franciscana 1342. Pero en 1552 los frailes fueron obligados a dejar el santuario en manos de los musulmanes.

Como si algo faltara, el 23 de marzo de 2000, en ocasión de su visita a Tierra Santa, S.S. el papa Juan Pablo II ofició en el Cenáculo del Monte Sión una misa privada. Ese día la Agencia Católica Internacional dio cuenta de la gran expectativa que este hecho había suscitado y expresó que “…Los cristianos, y especialmente el Papa Juan Pablo II, quisieran que el Cenáculo, actualmente de propiedad del estado de Israel, volviera a ser un lugar de culto católico, debido a su importancia capital para la historia del cristianismo…”[2]

Posteriormente, el lugar sería visitado por el papa Benedicto XVI, circunstancia que espera repetir ahora el papa Francisco. Más allá del mito y de todo lo que se ha escrito en torno al Priorato de Sión, podemos convenir en que existen, en efecto, varias y poderosas razones detrás de esta negociación entre el Vaticano y el Estado de Israel y del conflicto que la rodea.




[1] Khitrowo, Mme. B. De; “Itinéraires Russes en Orient” (Réimpressión de l’édition 1889; Osnabrück, Otto Séller, 1966
[2] http://www.aciprensa.com/juanpabloii/viajes/tierrasanta/esp-tie2.htm

miércoles, 5 de febrero de 2014

Por qué una masonería cristiana y caballeresca


A menudo muchos HH.·. me preguntan ¿Por qué razón existe una masonería cristiana, que se identifica con un credo particular? La respuesta es sencilla: En sus orígenes la francmasonería nació cristiana; de ello no hay dudas. Basta con leer todo lo que hemos escrito en los últimos años y todas las constituciones medievales, tanto las monásticas como las seculares. También lo fue mayoritariamente en el siglo XVIII, época en que nació lo que denominamos “masonería especulativa”, razón por la cuál suelo invertir la pregunta: ¿Por qué razón la gran mayoría de las Obediencias Masónicas dejaron de ser cristianas?



Inmediatamente llega una segunda pregunta: ¿Por qué una masonería caballeresca? ¿Qué tienen que ver los picapedreros con los caballeros? La respuesta es también sencilla. Desde los comienzos de la masonería especulativa se reconoce un pasado común entre algunas cofradías de canteros y las órdenes de caballería.

Mito, leyenda o verosimilitud, los masones del siglo XVIII estaban convencidos de que su pasado estaba encadenado a la nobleza. Los primeros Grandes Maestres de todas las Obediencias europeas eran nobles de espada. Aún hoy el Rito más racionalista y contrario a la caballería utiliza espadas. ¿No se han preguntado por qué utilizan espadas? ¿No se han preguntado por qué razón la mayoría de las estructuras de grados en los diferentes Ritos hablan de caballeros, príncipes, comendadores, prefectos, priores, capítulos, areópagos, campamentos, etc.? ¿Acaso todas estas palabras no provienen de un lenguaje nobiliario y religioso? En este caso también resulta adecuado invertir la pregunta: ¿Por qué razón la mayoría de los masones no busca el origen de sus Ritos?

 Hay dos cuestiones que irritan profundamente a los masones racionalistas. La primera de ellas es no poder ocultar el proceso de sustitución de rituales. Me expresaré más claramente. Todo masón jura por su honor no modificar ni una coma del ritual que recibe en custodia. Este es un deber de todo Venerable Maestro, de cualquier Rito; de modo que si confrontamos los rituales actuales de cualquier rito con los de décadas atrás o un par de siglos atrás y vemos que no concuerdan, pues eso significa sólo una cosa: Que ha habido un perjuro o varios, a lo largo del tiempo. Se trata de un tema político, cuyo fin es la sustitución paulatina del carácter original de la francmasonería. De modo tal que, como suelo afirmar, muchos de los actuales rituales no son otra cosa que el resultado del trabajo de una larga, larga cadena de perjuros.

En algunos casos estos cambios nacieron de acuerdos legítimos, en el seno de algunos Grandes Orientes. En otros se hizo –y se hace- de manera subrepticia. De facto. En conclusión, podría afirmar y demostrar que la mayoría de las Obediencias en América Latina no resisten una confrontación de sus rituales: Han sido sustituidos por otros más “agiornados”, más a tono con los tiempos, más democráticos, más laicos. Desde esta perspectiva el problema no radica en por qué razón sostenemos una masonería tradicional, anclada a sus orígenes sino, en tal caso, ¡por qué razón se modificó y se modifica, permanentemente, su carácter original! Explicar esto incomoda mucho a los masones racionalistas.

La segunda tiene que ver con la cuestión del libre pensamiento y la democracia. Algunos masones creen que la única forma de gobierno de una Orden Masónica es mediante el ejercicio de la democracia. Y si hay algo que distingue a la masonería de cualquier otra institución es su carácter piramidal; el avance paulatino a través de los grados y finalmente el acceso a una comprensión más profunda de los misterios que persiguen al hombre desde sus primeros pasos en la tierra. Quién soy; de dónde vengo, a dónde voy. La masonería, como Orden Iniciática ha sido pensada para dotar al hombre de las herramientas necesarias para que pueda responder finalmente a estas preguntas.

Heredera de las antiguas Escuelas de Misterios, la francmasonería nos coloca una y otra vez ante diversos Pórticos de Delfos que nos indican una búsqueda, nos transmiten un mandato, nos otorgan un idioma y nos invisten de manera adecuada para llevar adelante esta misión.

Por supuesto que esto tiene poco que ver con lo que hoy se hace en una gran mayoría de logias. Pero esa era la idea, la de nuestros ancestros y si la han cambiado el problema no es nuestro.

Decía Ramsay que todo masón en un verdadero caballero. Pero esto no es fácil de digerir. ¿Cómo encaja un caballero en un mundo al extremo secularizado, en medio del relativismo, anclado en el hedonismo y –en el mejor de los casos- inclinado a cierta vocación filantrópica? Filantropía es una palabra demasiado laxa para la caballería; una suerte de insulto para quien ha leído algo del Libro de la Caballería de Raymon Llul o cualquiera de sus contemporáneos. El concepto de caballería tal como ha sido concebido en Occidente está ligado al sacrificio, a la defensa del desvalido, a la lucha por la justicia y la verdad y a la defensa de la religión. Un caballero nos es un gentleman de buenos modales que da lo que le sobra.  

En el siglo XVIII los masones franceses, en su mayoría fuertemente influidos por sus hermanos escoceses, establecieron una fuerte alianza con las órdenes de caballería resurgidas luego del largo reinado de las guerras de religión, especialmente en Alemania, Inglaterra, el Imperio de los Austria y los países escandinavos. La francmasonería fue el atanor en el que se gestó un gran movimiento ecuménico cristiano que tendió puentes poderosos entre el norte protestante y el sur católico. Y tuvo éxito. De allí que Roma se apresurase a excomulgarnos.

El Régimen Escocés Rectificado es hijo de esa alianza que algunos intentamos sostener, pese a todo, en pleno siglo XXI. Por supuesto, al igual que ocurre con los racionalistas, tenemos nuestros propios delirantes que, sin tregua pero sin pausa, intentan introducir nuevas “interpretaciones”, buscando dónde correr la coma o la señal que los haga elegidos.

No les alcanza con el mandil del masón, ni con el manto del caballero. Son versiones descoloridas de Harry Potter, o peor aún, aprendices de brujo que le hacen tanto mal a la francmasonería como aquellos que un día decidieron decretar los funerales de Dios.   

Nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

Comentarios a la nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

Editorial Kier acaba de publicar una nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos" . Me alegra que esta edición vea l...