miércoles, 4 de mayo de 2016

Breve ensayo sobre la tradición caballeresca en la francmasonería


En la actualidad hay varios ritos masónicos que reclaman una herencia caballeresca. En algunos no sólo está presente sino que ha sido resguardada durante los últimos tres siglos. En otros esta tradición fue trastocada y adaptada, primero por la influencia de la Ilustración y luego por las corrientes republicanas, mutando en la medida que la masonería acompañaba a los procesos políticos que vivía la sociedad. Pero esa adaptación no ha podido quitar todos los elementos propios del imaginario caballeresco, pues de hacerlo, estos ritos habrían perdido todo su sentido. 
Esta cohabitación de una masonería con símbolos y leyendas propias del Antiguo Régimen con otra que nació, justamente, como consecuencia del colapso de las monarquías absolutas y de la hegemonía de la Iglesia católica, provoca no pocas contradicciones y resulta muy compleja de comprender si se la analiza en forma superficial.  




1. – La caballería masónica 

Existen diversos sistemas masónicos que poseen, dentro de sus estructuras, Órdenes de Caballería; es decir, que los estamentos caballerescos están integrados y forman parte de la escala de grados del Rito o Régimen. En estos casos, los grados caballerescos se encuentran en la cima de la escala y gobiernan sobre los grados inferiores. Estas órdenes son, en su mayoría, herederas de la Orden de la Estricta Observancia Templaria, que fue influida y forjada a partir de la acción directa de la masonería escocesa estuardista. El Régimen Escocés Rectificado es heredero directo de esta Orden.  

Otros Ritos han tenido la misma influencia pero con consecuencias y derroteros distintos, como el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, al cual dedicamos un Apéndice de este libro. Pero en este caso no se trata de una Orden de Caballería, sino de Grados que guardan un resabio de las mismas. Se podría decir que el REAA -el más poderoso y numeroso de los sistemas masónicos en la actualidad-, conserva buena parte de la herencia escocesa.  

Por último, cabe mencionar a la Orden Templaria masónica bajo jurisdicción británica. Su actual organización data de principios del siglo XIX, siendo la más numerosa y difundida de las ordenes masónico-caballerescas.  Se denomina “The United, Religious, Military and Masonic Orders of the Temple and of Saint John of Jerusalem, Palestine, Rhodes and Malta of England and Wales. Sin embargo su estructura es independiente y queda despegada de la masonería simbólica inglesa. Como ente autónomo, su acceso está restringido a masones cristianos. Aunque se la considera un “Grado Colateral” su posición es claramente superior, pues para acceder a ella hay que poseer el Grado de Maestro Masón y el de Compañero Real Arco. Su Patrono es la reina Isabel II, quien ha sabido vestir el hábito de la Orden. Esta organización mantiene actualmente hospitales de ojos en Jerusalén y en Gaza, donde se han atendido a numerosas víctimas del conflicto en Medio Oriente.  

Como dato adicional diremos que en 1917 el general británico Edmund Allemby entró en Jerusalén al frente de una división del ejército británico luego de vencer a las tropas turco-otomanas, convirtiéndose en el primer Knight Templar que la pisaba en siglos. Desde 1224 ningún ejército cristiano había vuelto a la Ciudad Santa. Este acontecimiento fue celebrado en Londres, según relata John Robinson, con una ceremonia de los barristers, que es el nombre con el que se identifica a los abogados que trabajan en la zona de Temple Bar, cuya sede es la antigua iglesia templaria, situada entre Fleet Street y el río Támesis.  

Robinson afirma que los barristers marcharon en procesión a la iglesia circular de los templarios y colocaron la corona de laurel de la victoria sobre las efigies de los caballeros, para transmitirle un mensaje sin palabras: No estáis olvidados…” Quien recorre los rincones de Jerusalén, suele encontrarse con un monumento erigido por esta Orden Templaria británica.  

Aunque dejaremos la cuestión de la masonería en Medio Oriente para un volumen futuro, es preciso mencionar que la masonería británica tuvo fuerte influencia en ese enclave estratégico desde épocas tempranas, contribuyendo, junto con la masonería francesa, a establecer una avanzada occidental que, en su momento, dio por resultado sendas democracias.  

Pero como se verá, el eje en el cual se concentra la influencia caballeresca escocesa en la francmasonería, es la mencionada Orden de la Estricta Observancia Templaria, creada por el barón von Hund. Su historia personal, y la de su Orden, están teñidas por el enfrentamiento encarnizado entre los estuardistas escoceses y los hannoverianos ingleses. La Estricta Observancia nace, sin dudas, en el medio de un profundo quiebre.  

Robinson sostiene que la masonería escocesa del siglo XIV se forjó en la sangrienta insurrección comandada por William Wallace, a tal punto que su libro más famoso lleva por título Born in Blood. Con el correr del tiempo, en la medida en que fui abordando la historiografía reciente en torno a la masonería del siglo XVIII, llegué a la conclusión –al igual que muchos otros que el nacimiento de la masonería moderna fue tan sangriento como el medieval, del que habla Robinson. Y que, en efecto, las conspiraciones han marcado el destino de la masonería, tanto en aquellos tiempos de castillos y caballeros, como en estos otros que abordaremos en los próximos capítulos. De algún modo los masones han sido fieles a su vocación de construir más allá de la piedra.  

Hagamos un repaso del origen de esta tradición caballeresca en la masonería escocesa 

2. La Orden del Temple 

A diferencia de la francmasonería, la Orden del Temple tiene un origen cierto y una historia ampliamente documentada. Nació como consecuencia de la primera de las peregrinaciones armadas a Tierra Santa, que luego tomarían el nombre de “cruzadas”. Fue creada por un grupo de nueve caballeros provenientes en su mayoría de Champagna, liderados por Hugo de Payens, y su objetivo inicial era el de amparar y proteger a los peregrinos.  

En el año 1118 el rey Balduino II cedió parte del “Templum Salomonis” a la naciente orden militar cuyos caballeros fueron llamados, por ese motivo, con el nombre de Caballeros Templarios. Apenas pocos años después ya se contaban en número de 300 y gozaban de grandes privilegios concedidos por el monarca. Junto con los Caballeros Hospitalarios y los Caballeros Teutones conformaron el brazo armado de los reinos cristianos en el Levante. 

En un principio, su organización fue similar a la del clero regular. Observaban votos de pobreza, castidad y obediencia y se encontraban sometidos a la autoridad del Patriarca de Jerusalén. En 1128, con el apoyo de san Bernardo, el líder más carismático e influyente de toda la cristiandad, el Concilio de Troyes aprobó su regla y la orden quedó establecida en su doble condición de monástica y militar. Ya para ese entonces era uno de los ejércitos más poderosos de Tierra Santa.  

En los siguientes dos siglos la fama de sus guerreros, su capacidad de organización, su poderío económico y su particular petulancia la convirtieron en la más admirada y odiada milicia de toda la cristiandad. Poseían preceptorías y encomiendas en toda Europa y en Medio Oriente; participaban activamente en la reconquista de España y acumulaban tal riqueza que pronto les permitió crear un sistema de letras de cambio, precursor de la banca privada. Llegaron a tener una importante flota con asiento en el puerto de La Rochelle cuya súbita desaparición, en momentos previos a la captura del Temple de París, ha dado lugar a numerosas conjeturas.  

Con la caída de Jerusalén se replegaron a sus castillos sobre la costa del Mediterráneo Oriental. Luego debieron abandonar Tierra Santa y se constituyeron en la Isla de Chipre. Pero a principios del siglo XIV fueron acusados de herejía y prácticas infamantes. En Francia, sus jefes fueron encarcelados, torturados y quemados en la hoguera. El viernes 13 de octubre de 1307 todos los templarios de Francia fueron apresados y encarcelados. Siete años después, el 18 de marzo de 1314, su último Gran Maestre, Jacques de Molay, junto a Godofredo de Charney y otros caballeros, fueron quemados por herejes relapsos en la ribera del Sena.

Según la leyenda, en medio del martirio, Jacques de Molay lanzó una maldición contra el monarca y el papa conminándolos a comparecer ante el juicio de Dios antes de un año. Pocos meses después ambos estaban muertos.   

Desde hace siglos los masones se proclaman herederos del Temple, afirmación que puede encontrarse en diversos ritos. Durante mucho tiempo los historiadores restaron importancia a esta cuestión. Sin embargo la percepción de este vínculo cambió radicalmente en los últimos años. Citaremos brevemente a John Robinson “…la persistencia de la leyenda y las frecuentes referencias a la orden [templaria] en el ritual masónico me hicieron lanzarme a varios años de investigación... Aunque no soy masón quedé fascinado por lo que iba descubriendo en las raíces templarias del ritual masónico, especialmente en lo que hace a los símbolos y terminologías tan antiguos que sus orígenes y significados se han perdido para los propios masones”.  

¿Pudo acaso la orden templaria sobrevivir oculta en las logias masónicas? Como hemos dicho, la primera respuesta hay que buscarla en la propia francmasonería, especialmente en la masonería escocesa del siglo XVIII.  


3. Los Templarios en el ejército de Robert Bruce 

Según la tradición masónica escocesa, numerosos caballeros templarios que habían huido de Inglaterra luego de la abolición de su orden se habrían refugiado en Escocia en tiempos en que el futuro rey, Robert Bruce, intentaba liberar a su país de la dominación inglesa. La rebelión escocesa se había iniciado con William Wallace, pero fracasó por las disputas internas de la nobleza. Muerto Wallace, Robert Bruce asumió el liderazgo y enfrentó al ejército de Eduardo II en la batalla de Bannockburn, librada el 24 de Junio de 1314.  

¿Qué hay de cierto en esto? Evidentemente no existen documentos de la época que puedan considerarse como prueba de esta teoría. Pero hay varios puntos que deben ser tenidos en cuenta respecto de la posible supervivencia templaria en Escocia. El primero de ellos es que, a diferencia de lo que ocurrió en Francia, en donde los templarios fueron tomados por sorpresa y apresados en una  de las operaciones policiales más coordinadas y perfectas que recuerde la historia, la situación fue distinta en Inglaterra, Irlanda y la propia Escocia. 

Desde un principio, Eduardo II se oponía a arrestar a los templarios de Inglaterra a quienes respetaba y tenía en alta consideración. Para cuando la Inquisición lo obligó a cumplir con los arrestos, los templarios habían tenido el tiempo suficiente de escapar y buscar refugio. Los primeros encarcelamientos en Inglaterra ocurrieron en enero de 1308, es decir tres meses después de los ocurridos en Francia. En ese momento la situación con la insurrección escocesa ya se tornaba grave y las preocupaciones del rey Eduardo II estaban muy lejos de la cuestión templaria. Algo similar ocurrió en Irlanda, en donde los templarios poseían numerosas prefecturas y castillos. Algunos fueron apresados en el mes de febrero (apenas treinta de una guarnición calculada en 300 caballeros) y no se conoce que hayan sufrido el mismo martirio de sus hermanos franceses, ni mucho menos. Otro tanto sucedió en Escocia, de modo que es muy probable que las fuerzas combinadas de templarios ingleses, irlandeses y escoceses se hayan reunido el algún lugar en el norte del territorio controlado por los hombres de Bruce. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos –guerreros de elite, hábiles políticos y con una vasta red de contactos y recursos habían tenido cuatro meses para planificar la huida y escapar de la cárcel segura, la tortura y la muerte.  

¿Pero dónde se reunirían? ¿Existen pruebas de que hayan combatido a las órdenes de Robert Bruce? Aquí el tema se torna más complejo, pero a la vez más interesante, porque si así fuera, explicaría por qué los escoceses estuardistas del siglo XVIII acorralados por el exilio, y decididos a recuperar la independencia de su país le daban tanta importancia a aquella fuerza militar templaria que había sido decisiva en la guerra librada por Bruce provocándole una dura derrota a los ejércitos de Eduardo II. También explicaría por qué flotaba en la atmósfera de la masonería escocesa este espíritu de cruzada. 

Según se sabe, los ingleses marcharon a la batalla convencidos de que los escoceses no contaban con una fuerza de caballería importante. No cualquier jefe militar podía darse el lujo de contar con caballeros bien pertrechados, y en el caso de Bruce se trataba de un ejército en el que los soldados profesionales eran escasos y había gran cantidad de gente de a pié que se le había unido durante la insurrección. Los ingleses conocían esa falencia en las tropas de Bruce y marcharon seguros y confiados, con un enorme ejército muñido de una importante cantidad de caballeros. 

Actualmente se considera que el equipamiento de un caballero medieval, con su corcel de batalla, más al menos dos caballos auxiliares, su armadura, sus pajes etc. equivalía al de un tanque de guerra moderno. En efecto, la caballería medieval tenía el mismo poder y rol de combate que la actual caballería blindada. Era impensable para los ingleses, que el rey Robert dispusiera de los medios para armar una escuadra de caballeros que hiciera frente a la suya. La irrupción de una carga de caballería en medio de la batalla habría descalabrado la estrategia de los jefes militares ingleses, inclinando la victoria del lado de los escoceses. Siguiendo la misma línea del relato, esa caballería que irrumpe por sorpresa, no era otra que la de los templarios escoceses, ingleses e irlandeses que habían puesto sus armas al servicio de Bruce.  

De acuerdo a las crónicas de la época y a los actuales estudios, el ejército ingles se presentó a la batalla con cerca de 2.000 caballeros y 15.000 infantes, de los cuales una gran cantidad eran arqueros. Por su parte, los escoceses contaban con un ejército de 6.500 hombres de a pié y 500 jinetes. 
  
Lo sorprendente es que los escoceses ganaron la batalla y masacraron al ejército del rey Eduardo II que debió huir, dejando en el campo miles de ingleses muertos y otros miles de prisioneros. La batalla de Bannockburn resulta todavía un desafío para los estudiosos de la guerra y es considerada una de las más importantes de la historia. Pero más allá de la leyenda -que señala que el jefe templario Pierre D’Aumont irrumpió en el campo comandando una gran cantidad de caballeros templarios y sembrando el pánico entre los ingleses- lo cierto es que no se explica esta derrota sin un factor que, al menos oficialmente, nunca fue reconocido.  

Esta teoría fue ampliamente difundida por los historiadores del siglo XIX. Recientemente, Michael Baigent y Richard Leigh han hecho un excelente trabajo de recolección de citas y fuentes entre las cuales hay algunas que vale la pena mencionar.

Charles G. Addison, en su obra The History of the Knights Templar, escrita en 1824, afirma que muchos templarios ingleses continuaron en libertad, habiendo conseguido huir de sus perseguidores eliminando por completo las marcas de su antigua profesión, y que algunos de ellos habían escapado disfrazados hacia las zonas montañosas y yermas de Gales, Escocia e Irlanda.  

Otros historiador inglés, Anthony Oneal Haye, escribió en 1865”…nos han dicho que habiendo desertado del Temple, se enrolaron bajo las banderas de Robert Bruce y lucharon a su lado en Bannockburn… La leyenda afirma que después de la decisiva batalla de Bannockburn Bruce, a cambio de eminentes servicios, formó con estos templarios un nuevo cuerpo”.  

En tanto que el ya citado Robert Aitken sugiere que “…los templarios encontraron refugio en las filas del pequeño ejército del excomulgado rey Robert, cuyo temor a ofender al rey de Francia habría sido sin dudas superado por su deseo de asegurar el concurso de unos cuantos hombres de armas capaces como guerreros”.  

Más recientemente Desmond Sewuard afirmaría que todos los templarios escoceses lograron escapar excepto dos, y que sería muy posible que encontrasen refugio con las guerrillas de Bruce, señalando que, de hecho, el rey Robert nunca ratificó de manera legal la disolución del Temple escocés. Podríamos seguir con una larga lista de historiadores que abonan esta hipótesis. 

La tradición masónica afirma que los templarios hicieron una alianza con Robert Bruce y constituyeron la caballería de su ejército, actuando como un factor sorpresa que no había sido previsto por los ingleses. Como hemos visto, esta teoría parece tener cierto sustento histórico. Sin embargo, nos interesa indagar hasta qué punto esta fuerza templaria, reunida bajo la órdenes de Bruce, se perpetuó en Escocia fusionándose con elementos masónicos o, simplemente, utilizando a la masonería como cobertura de su existencia.  

4. Von Hund y la Orden de la Estricta Observancia 

Es en este punto donde, para nuestro trabajo, cobra vital importancia la Orden de la Estricta Observancia Templaria, fundada en el siglo XVIII por el barón Carl-Gottelf von Hund, a instancias de los francmasones escoceses estuardistas exiliados en Francia. Podemos afirmar que la supervivencia de las tradiciones templarias en la francmasonería se deben, en gran parte, a la acción de von Hund, y que lejos de conformar una masonería “de salón” como muchas veces se nos han querido presentar a la masonería aristocrática de esa época, la masonería jugó un papel fundamental en los acontecimiento políticos que sacudieron a Europa 

Los masones de la Estricta Observancia no iban por la herencia “espiritual del Temple” sino por la restauración de sus dominios, sus tierras, sus castillos y su poder transnacional. Hay numerosas razones para sostener esta afirmación, comenzando por las Actas de los Conventos celebrados por la Orden. 

Al presentar una alianza entre una orden heredera del Temple y la masonería escocesa, se ponían en juego, simultáneamente, el complot para lograr la independencia de Escocia, la presión sobre Roma para lograr el reconocimiento y restauración de la antigua orden templaria y, como consecuencia, la consolidación de un nuevo factor de poder políticomilitar que estuviese por encima de los estados nacionales.  

Como vemos, aquí se plantean una serie de interrogantes que abordaremos en los próximos capítulos. El primero de ellos es determinar cómo se infiltraron estas corrientes templarias en la francmasonería especulativa que por entonces (primera mitad del siglo XVIII) se expandía en Europa, pero principalmente en Francia y en Alemania. ¿Cuál era el objetivo políticomilitar de los escoceses que alentaban esta tradición? 

El segundo es el conflicto que, casi de inmediato, se plantea con la masonería inglesa. La puja entre Inglaterra y los masones escoceses por el control de la orden va más allá de una cuestión institucional. Como hemos dicho, había un plan que no sólo abarcaba la cuestión de Escocia –siempre en el centro del complot sino también a la conformación de una estructura supranacional que reunificara a las distintas cristiandades europeas surgidas luego de la Reforma. ¿Cuánto tardaría en reaccionar la Iglesia frente al enemigo menos esperado? 

Resulta asombroso y a la vez desafiante pensar que toda esta restauración caballeresca ocurría en pleno Siglo de las Luces y que, mientras los escoceses inflamaban el espíritu medieval en los corazones de la aristocracia europea, hombres como d`Alembert, Rousseau, Diderot y Voltaire construían el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración cuya finalidad era la de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. 

Autores como Peter Partner han expresado su asombro por el rescate del templarismo propiciado por la francmasonería. Le resulta sorprendente que en plena Ilustración, una asociación como la masonería, que se jactaba de venir a erradicar del mundo la superstición, resucitara una estructura obsoleta del catolicismo medieval para colocarla en el eje de su intelectualidad. Con cierto sarcasmo, no comprende por qué los masones pretenden transformar a los templarios “...de su ostensible estatus de monjes-soldados iletrados y fanáticos al de profetas caballerescos ilustrados y sabios, que habían utilizado su estancia en Tierra Santa para recuperar los secretos más profundos de Oriente y emanciparse de la credulidad católica medieval...

Partner, al igual que muchos masones contemporáneos, no calibra con precisión los alcances de este intento de restauración, tal vez cometiendo el error de creer que toda la francmasonería del siglo XVIII se sintiera representada por la Ilustración. Definitivamente no era así. 

 ¿Cómo no pensar en el choque inevitable que se produciría entre ambas tendencias? Aún más: mientras que la restauración caballeresca avanzaba de la mano de los francmasones escoceses y que,  por otra parte, los filósofos ya hablaban del librepensamiento, una tercera fuerza, de carácter extremista y violento –la Orden de los Illuminati de Weinshaup sólo pensaba en barrer de la faz de la tierra a la monarquía y el clero.  

Si pretendemos abordar la historia moderna de la francmasonería hay que buscar el origen de esta dicotomía entre la Tradición y la Revolución, la Monarquía y la República, la Fe y la Razón porque estas posiciones antagónicas continúan, en mayor o menor grado, presentes en las logias, tal como ocurría en el siglo XVIII. 


(La bibliografía y la versión completa de este ensayo pueden encontrarse en "Masones, Caballeros e Illuminati - El Gran Complot" Eduardo R. Callaey, Ediciones del Arte Real, España 2015). 


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